Llega un momento en la vida, en que nos convertimos en padres de nuestros padres. Nos corresponde cuidar a nuestros padres cuando no están en perfecto estado de salud, y es nuestro momento de retribuir todo el amor, y todo el cuidado que siempre nos han ofrecido de todo corazón.
Muchas veces somos responsables de reeducarlos, establecer límites y mostrarles diferentes realidades de vida. Esto puede ser un gran desafío para nosotros, ya que estamos acostumbrados a brindarles esa atención. No nos sentimos totalmente capaces de cuidar de aquellos que cuidaron de nosotros durante toda nuestra vida.
Sin embargo, esa puede ser una de las experiencias más enriquecedoras y emotivas que podemos vivir en nuestras vidas. Nuestros padres son unas de las personas más importantes para nosotros. Hacer nuestro mejor esfuerzo por ellos, mientras todavía están a nuestro lado, es un gran privilegio que necesitamos reconocer.
Cuidar a nuestros padres no es una obligación, es un ardiente deseo que nace en nuestro corazón.
La emoción de cuidar a nuestros padres:
¿Cómo nos va con aquellas personas que siempre han hecho todo por nosotros? ¿Nuestro cuidado es fruto de la obligación, o del placer que sale del amor?
Mi madre fue mi hija. Por su estado de salud, ya no habrían más pasteles de chocolate, ya no le daría más café o compartiríamos una larga caminata. Ella tendía a engordar, era algo hiperactiva y con las caminatas comenzaba a sentir dolor en sus pies.
Me gustaba mimarla. Me encantaba obsequiarle carteras, y prestaba mucha atención a los pañuelos bonitos que ella se ponía al cuello, y que le daban un aire floral y muy vivo. Era cómo una especie de elemento que le refrescaba la edad. A ella sólo le gustaban los colores claros y vivos. Siempre bromeaba con las chicas en las tiendas, que discutían acerca de lo adecuado para su edad.
Mi madre, era mi hija. Se veía tan bien de blanco, de rojo. Me gustaba verla de amarillo tostado, azul cielo o verde. Ya me conocían en algunas tiendas y me mostraban las novedades. Me encontraba con personas que sentían una alegría hermosa al ayudarme. Su cumpleaños o la navidad, o un fin de semana al aire libre, me servían de recordatorio para darle un regalo.
Los padres y los hijos son perfectos para los regalos. Yo le habría dado todos los mejores regalos a mi madre.
Aprendiendo a cuidar a nuestros padres, aprendemos a conocer el «amor incondicional»
Amando incondicionalmente a nuestros padres:
Actué como aquellos que aman. Cuando amamos, sentimos urgencia en proteger, por eso somos más que hijos e hijas. Siempre pendientes, como árbitros, fiscalizando todo para que sea seguro, protegiendo, cuidando, cuidando mucho. Porque las personas amadas también se equivocan, tienen caprichos y les gusta demostrar confianza y autosuficiencia, a pesar de su edad.
Los padres y los niños tienden a amar incondicionalmente, pero con el miedo. Un amigo me contaba que, entendió el pánico después de nacer su primer hijo. Temía por un biberón dañado, por las corrientes de aire, por el camino de las hormigas, temía mucho que hubiera un órgano interno, discreto, que al dañarse, hiciera apagar la vida de su hijo.
Quien ama, piensa en todos los peligros, y pasa el tiempo atento a todo. Los que aman sin ésta especial atención, no aman todavía. Piensan en los afectos y eso es otra cosa.
Hoy mamá ya no está, se fue como la brisa que pasa acariciando nuestro rostro. Su tiempo terminó, y hoy, 17 años después, siento una gran satisfacción, porque mientras ella tuvo vida, hice cuánto estuvo a mi alcance para mejorarla, para hacerla sentir verdaderamente amada, valorada, protegida…Mientras ella tuvo vida, y hasta el último día, mi madre fue mi hija.
El deseo de proteger a papá:
Hoy está mi padre, hermoso, con un espíritu fuerte y guerrero, pero con un cuerpo agotado por el paso de los años. Hoy mi padre es mi hijo.
La hija que no tuvo hijos… es la mamá de sus padres!
Hoy es él por quien suspiro. Por quien he pasado noches en vela cuidando su sueño, hoy es mi padre quien me motiva, esa sonrisa tan suya, tan hermosa. Su ojos parecen saltar en sus cuencas, brillantes y risueños y su caminar es algo lento. Su capacidad de respuesta ha disminuido mucho, y los años están pasando factura. Ahora mi padre es mi hijo.
Hubo un tiempo en mi vida, en que esperaba contar con mis padres hasta el fin de mis días. Hubo un tiempo en que pensé que siempre tendría ese apoyo tan importante para todo ser humano. Sin embargo la vida me ha mostrado que mi fuerza interior no tiene limites cuando se trata de amar.
Mis miedos se han ido, mis miedos han sido reemplazados por el coraje que da el amor incondicional, el amor profundo, ese amor que te convierte en hada madrina, siempre presta para cumplir los más mínimos deseos de los seres amados. Hoy, la hija que no tuvo hijos, es madre de sus propios padres.
Aprender a valorar la grandeza de nuestros padres, ser bendición para quién nos dio la vida, y que habría estado dispuesto a dar la vida por nosotros, es lo mínimo que los hijos podemos hacer por nuestros padres.
Los padres, en su mayoría velan por sus hijos toda la vida, mientras tienen vida. Los padres harían cualquier cosa por sus hijos, porque es allí donde ellos dejan fluir todo ese mar de amor incondicional que llevan por dentro.
El aprendizaje:
Y llega el tiempo en que los hijos somos puestos a prueba, somos evaluados. Nuestros padres nos dan una lección diaria de amor incondicional, y llega el tiempo en que nosotros los hijos debemos demostrar que aprendimos la lección. Y para nuestra suerte, ¡que hermosa, que grata y que enriquecedora es la experiencia!
Si llego a tener la oportunidad de elegir nuevamente a mis padres, ojalá pudiera elegir a los mismos, y sería para mí un gran orgullo y un gran placer, volver a ser la mamá de mis padres.
Que maravilloso es sentir en nuestro corazón el deseo ardiente de cuidar y proteger a nuestros padres, porque ese deseo ardiente, ese calor que sale de nuestro corazón y que a veces se convierte en llamas voraces, es el «amor incondicional». Cuidar a nuestros padres es una bendición que nos puede servir como auto-evaluación de ¿qué tanto hemos aprendido en la vida?
Cuidar a nuestros padres es como una maestría en «amor incondicional», y es un verdadero honor y una gran lección de vida, porque, cuando en nuestros corazones nace ese deseo ardiente, podemos tener la certeza de que ¡nos hemos graduado!
Te invito a descubrir cómo Nuestro Corazón es la mayor fuente de energía de la creación!